CarlosMaranata

on lunes, 12 de octubre de 2015

Martes 13 de octubre 2015 | Lecturas Devocionales para Adultos | Altavoces para los necios



“No nos atrevemos a contarnos ni a compararnos con algunos que se alaban a sí mismos; pero ellos manifiestan su falta de juicio al medirse con su propia medida y al compararse consigo mismos” (2 Corintios 10:12).

Se atribuye nuestro título al filósofo danés Soren Kierkegaard (1813-1855), como una premonición del tiempo actual. Un tiempo donde el relativismo ha conseguido el triunfo de la máscara sobre la verdad, un micromundo donde la superinformación exalta la superficialidad, lo estrafalario y lo estrambótico.
Esto se ha convertido en la gran farsa de este mundo contemporáneo, en la que contribuyen decisivamente la prensa del corazón, los Reality Show y muchas tertulias televisivas. Y, en oposición a esto, otra frase célebre atribuida a William Shakespeare: “La hierba crece de noche”. Es decir, crece en silencio, como todas las cosas grandes e importantes, sin que nadie se fije en ella, sin brillo ni estrépito. Debido a una publicidad desaforada hoy estamos condenados a ver la realidad a través de espejos deformantes.
Pero no quisiera pararme en esta crítica de los vicios informativos de nuestro tiempo, sino referirme a la actitud equivocada de los que, como dijo Jesús, gustan figurar en las primeras sillas de los banquetes; los que dan limosna u oran para ser vistos y oídos por la gente; los que, como cuenta Pablo, iban por las iglesias
alabándose a sí mismos, midiéndose con su propia medida y comparándose consigo mismos. El uso que a veces hacemos de las estadísticas y los informes, el despliegue ostentoso de recursos, el orgullo espiritual al tratar con los que discrepamos, la discriminación inconsciente entre pobres y ricos (Sant. 2:2, 3), pueden convertirse en actos o gestos de vanagloria y sublimación personal.
La discreción, la modestia, el silencio, la sencillez, la actitud reservada, “que no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha” (Mat. 6:3), el reconocimiento de los demás atribuyéndoles los méritos que les pertenecen y que “en todo sea Dios glorificado” (1 Ped. 4:11; Col. 3:17) debiera ser la actitud de aquellos que representen su nombre: desaparecen detrás de la obra realizada, permanecen en la sombra, como Juan Bautista: “Es necesario que él crezca, y que yo disminuya” (Juan 3:30), buscan la aceptación y el aplauso de Dios más que el de la “galería”, porque no sirven al ojo como los que simpatizan con los seres humanos (Efe. 6:6).
Solo así nos cubrirá la sombra del Omnipotente, recibiremos el beneplácito de Dios y se cumplirá la palabra: “Porque cualquiera que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido” (Luc. 18:14).