CarlosMaranata

on jueves, 22 de octubre de 2015

Viernes 23 de octubre 2015 | Lecturas Devocionales para Damas | La decisión de Darío


Él salva y libra, y hace señales y maravillas en el cielo y en la tierra. Daniel 6:27

La historia bíblica de Daniel es muy conocida. Una y otra vez leemos y repetimos a nuestros hijos el relato de su lealtad inquebrantable a Dios. Sin embargo, muchas veces olvidamos la presencia e importancia del rey Darío en esta historia.
Cuando leemos cuidadosamente advertimos que este rey cometió un error: promulgó y aplicó un edicto apresuradamente, que afectó al hombre en quien él más confiaba y a quien pensaba “ponerlo sobre todo el reino” (Dan. 6:3). Tomó la decisión, y quedó entrampado. Conforme a la ley de Media y de Persia, el edicto no podía ser revocado. Cuando el rey se enteró y se dio cuenta de que la vida de Daniel estaba en peligro, y comprendió que la situación estaba fuera de su control, solo pudo decir a Daniel: “El Dios tuyo, a quien tú continuamente sirves, él te libre” (Dan. 6:16).
¡Cuántas veces decidimos o actuamos apresuradamente para luego lamentarnos! ¡Cuántas veces nos enredamos con las palabras de nuestra boca, y quedamos presas con los dichos de nuestros labios (ver Prov. 6:2)! ¡Cuántas veces quedamos sin poder dar marcha atrás, recoger las palabras que hemos pronunciado sin pensar, ni remediar una situación que ha afectado a nuestros seres queridos! Nuestro corazón se desgarra al reconocer que el remedio está fuera de nuestro alcance.
Podemos pensar que debido a nuestra mala decisión ha sido colocada una piedra demasiado grande como para poder quitarla. Pero no: alaba a Dios, porque si acudes a él, reconociendo que nada puedes hacer y que solo él puede librarte, él lo hará. Quitará la piedra más grande, tomará el control absoluto de la circunstancia y te dará vida.
Llegará el momento cuando seremos trasladadas a un mundo donde no habrá más pecado, y donde no actuaremos en perjuicio de otros. El enemigo quiere hacernos caer en tentación para que perjudiquemos a nuestros más queridos y a otros, que quizá no sean tan cercanos. No te angusties por tus errores. Humíllate ante la persona ofendida y ante Dios, y confía, “porque él es el Dios viviente y permanece por todos los siglos… Él salva y libra” (Dan. 6:26, 27).— Raquel Marrero.